Siempre me pondrá a sonreír como un idiota.
Ella se llama Estefanía y trabaja para
una de las compañías refresqueras más grandes a nivel mundial. De
aproximadamente un metro sesenta o sesenta y cinco centímetros de altura,
cabello negro, ojos color miel, muy buen carácter, siempre o al menos las veces
que he podido conversar con ella, de buen humor y una bella sonrisa.
La conocí un día que vino a ofrecer un
producto de dicha compañía, hago hubo en la forma que lo pidió, además de la
inmediata atracción que sentí, que no me quedó otra y acepté. Regresó más tarde junto con uno de
sus compañeros a dejarme el producto, él se retiró y ella se quedó, me preguntó
si se podía quedar para esperar a su mamá, obviamente, acepté.
Después de platicar unos diez minutos
sobre cualquier cosa, llegó su mamá y su hermano menor, me los presentó y se
fueron.
Ese día, fue la primera vez, después de
mucho tiempo, que platicar con alguna chica, aunque fuera de asuntos un tanto
banales, me había dejado satisfecho y
con mi sonrisa idiota.
Desafortunadamente, -aquí vienen algunos
puntos de desventaja-, ella no trabaja en la bodega de la embotelladora que
está a unos cuantos metros de aquí, sino en otra que está en las afueras de la
cuidad. Ella viene una vez cada par de meses… si bien me va. Y siempre que
pasa, va acompañada de algún supervisor, por lo cual, se dificulta un poco el
poder platicar libremente con ella.
Desde aquella primera vez, cada que pasa
por aquí, venga de visita laboral o no, voltea y me saluda y si me ve distraído
me grita un ‘hola’ y ese simple gesto vuelve a traerme esa misma sonrisa de
idiota de la primera vez y un revoloteo de alas de un Boing Jumbo… si las alas
de los aviones revolotearan.
Semanas atrás, pude platicar con ella de
manera más relajada [casi como la primera vez], a pesar de que venía
acompañada, pues parece que ambos decidimos ignorar a su compañero lo más
posible, aún así, me sentí algo intimidado –no por ella, sino por el
acompañante-, como para pedirle su teléfono o invitarla a salir.
No voy a asumir nada, pero me gustó que
mientras hablamos nuestras miradas nunca se apartaron y ambos sonreíamos. No
quiero asumir nada.
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