Hoy llegó una pareja al local. Un hombre y una mujer entre
los treinta y cinco y cuarenta años. El hombre escuálido con un robusto bigote,
con ojos adornados por obscuras ojeras,
tartamudea al hablar y parece que lee con dificultad, lo hace tal como
lo haría un niño aprendiendo. La señora bajita, con su cabello en dos tonos y
mascando chicle sin cerrar la boca y una voz aguda, sus manos descuidadas y las
uñas unas son largas y otras cortas.
El señor se dirije a mi preguntándome si tengo jabón de
algas, le muestro el que tengo y se lo entrego.
- E...este no es, es que mi...mire -mientras busca en su
folder arrugado-, el a...abogado me dijo que fuera jabón de algas, y este es de
algas ma...marinas
- Es el mismo Sr., y además, es el único que tengo
- Pe...pero, el abogado me dijo que traía el estropajo
incluído.
- ¡Ah!, no, este no trae -abrí la caja para mostrárselo
- E..este tiene empaque, ¿de..debo sacarlo para usarlo?
Hice lo que pude para contenerme la risa, y más cuando me
dijo que le hablaría al abogado, de hecho, lo hizo en mi presencia, y sí, le
preguntó si estaba bien que fuera jabón de algas marinas, pero que tenía otra
duda, ¿tenía que sacarlo del empaque cuando se bañara?. Ignoro si al otro lado
de la línea el abogado trató, como yo, de no soltar una carcajada.
Al decirme que iría a buscar a otro lado, me dijo:
- Es que el abogado me recomendó que fuera un jabón con
estropajo, para que el jabón no lastimara la piel de mi hija, es que le
salieron barritos en los brazos y se puede lastimar.
Nada de lo que acabo de decir es ficción, todo fue real.
Nunca entendí por qué fueron a consulta médica con un abogado.
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