God put a smile upon your face...

| 05 junio 2012 | 0 Opiniones |
Siempre me pondrá a sonreír como un idiota.

Ella se llama Estefanía y trabaja para una de las compañías refresqueras más grandes a nivel mundial. De aproximadamente un metro sesenta o sesenta y cinco centímetros de altura, cabello negro, ojos color miel, muy buen carácter, siempre o al menos las veces que he podido conversar con ella, de buen humor y una bella sonrisa.

La conocí un día que vino a ofrecer un producto de dicha compañía, hago hubo en la forma que lo pidió, además de la inmediata atracción que sentí, que no me quedó otra y acepté. Regresó más tarde junto con uno de sus compañeros a dejarme el producto, él se retiró y ella se quedó, me preguntó si se podía quedar para esperar a su mamá, obviamente, acepté.

Después de platicar unos diez minutos sobre cualquier cosa, llegó su mamá y su hermano menor, me los presentó y se fueron.

Ese día, fue la primera vez, después de mucho tiempo, que platicar con alguna chica, aunque fuera de asuntos un tanto banales,  me había dejado satisfecho y con mi sonrisa idiota.

Desafortunadamente, -aquí vienen algunos puntos de desventaja-, ella no trabaja en la bodega de la embotelladora que está a unos cuantos metros de aquí, sino en otra que está en las afueras de la cuidad. Ella viene una vez cada par de meses… si bien me va. Y siempre que pasa, va acompañada de algún supervisor, por lo cual, se dificulta un poco el poder platicar libremente con ella.

Desde aquella primera vez, cada que pasa por aquí, venga de visita laboral o no, voltea y me saluda y si me ve distraído me grita un ‘hola’ y ese simple gesto vuelve a traerme esa misma sonrisa de idiota de la primera vez y un revoloteo de alas de un Boing Jumbo… si las alas de los aviones revolotearan.

Semanas atrás, pude platicar con ella de manera más relajada [casi como la primera vez], a pesar de que venía acompañada, pues parece que ambos decidimos ignorar a su compañero lo más posible, aún así, me sentí algo intimidado –no por ella, sino por el acompañante-, como para pedirle su teléfono o invitarla a salir.

No voy a asumir nada, pero me gustó que mientras hablamos nuestras miradas nunca se apartaron y ambos sonreíamos. No quiero asumir nada.


Doña Asunción.

| 02 junio 2012 | 0 Opiniones |
Doña Asunción tiene cuarenta y dos años, su vida, según cuenta, no ha sido nada sencilla.

Originaria de la ciudad de Puebla ha radicado en México, D.F., Estado de México, Acapulco y ahora lo hace en Aguascalientes. Es una de doce hermanos, su papá, ya fallecido, solía tomar y era un hombre violento. Su mamá, quien aún vive, radica en el Edo. De México. Dice Doña Asunción, hará cochinito para un día visitarla.

Le encanta plantar en su patiecito, como le dice ella, ha plantado limones, aguacates, nopales, ha intentado criar pollos, quiere una gallina para así tener siempre huevos en la casa. Ahora tiene tres pollitos y ya desea que crezcan y engorden para comérselos. Sueña con volver al mar, pero no al horrible Acapulco.

No he sabido si asistió a la escuela, pero es fácil deducir que sí, lee de corridito, sabe hacer cuentas y escribir. No es ajena a la tecnología, aunque dice no saber usar una computadora, pero sabe que en Google puede buscar recetas y que con el Google Maps puede recorrer cualquier cuidad del mundo. 

Nunca se casó, o al menos no de la forma tradicional, pues a veces, cuando nos toca ver pasar a alguna novia, cuenta que le gustaría casarse para usar un vestido de novia. Vivió con un hombre, padre de sus dos hijos, un hombre y una mujer, ella de veinte años y el varón de dieciocho.

Hace tiempo abandonó a su marido, o mareado, como suele decir. Las razones, al menos una de ellas, que era/es un hombre desobligado que nunca brindó la atención que requiere una familia. Asunción, sin embargo, no se quedó en un rincón lamentándose.

La limpieza siempre ha sido su trabajo y de ésta manera ha podido criar a sus hijos. Dice, no quiere ver a sus hijos limpiando para los demás como lo hace ella y añade que no es porque sea algo indigno, sino que quiere una mejor vida para ellos, que si bien no pudieran llegar a tener una vida de lujos (sus hijos), que al menos tengan una con menores carencias.

Su hijo, Víctor, estudia la preparatoria, está a un año de terminar, su hija, Rocío, el pasado mes de enero acaba de ingresar a la licenciatura en mercadotecnia. Esto, obviamente ha hecho que la situación económica de la familia, que de por sí es complicada, se vea más afectada, pues, por ejemplo, su hija que trabaja durante la mañana y estudia por la tarde tenía que pagar algunas horas en un internet público debido a las tareas con la desventaja –además del monetario- que sólo podía hacer uso de este servicio por poco tiempo,  por cuestiones de horario. Por tal motivo, Doña Asunción tuvo agregar a la lista un pendiente más, además de la comida, luz, agua, escuelas, transporte.

Platica de sus carencias, de sus tristezas mientras baja el tono de voz, pero también platica a viva voz y con una sonrisa esos momentos felices como los que pasaba en aquel embarcadero de algún lugar del puerto de Acapulco, donde cuenta que comían pescado recién traído y en donde sus hijos aprendieron a nadar y si bien ella nunca aprendió, se lanzaba desde el muelle ataviada con su chaleco salvavidas.